COVID-19: Una intemporal batalla sin fronteras

Observamos complacidos desde la distancia como el COVID-19 se apoderó de Wuhan, China. Después de todo, habíamos visto muchos brotes en el extranjero en nuestras vidas, seguro que esto no afectaría de la misma manera a los Estados Unidos. Luego golpeó a Italia e Irán con toda la fuerza de un maremoto, pero todavía había un océano entre nosotros. Finalmente, las olas llegaron a nuestras costas y nos dimos cuenta de la gravedad de la situación: La tormenta se acercaba, y ya íbamos con retraso.

Esa primera semana fue como un sueño lúcido. Las noticias empezaron a llegar; esta vez las cosas serían diferentes. Aún así, para los residentes de oftalmología, era difícil prestar demasiada atención, sin saber si o cómo nos afectaría. Mantuvimos nuestras rutinas, vimos a los pacientes y estudiamos intensamente para los próximos OKAP. A pesar de los aterradores titulares de las noticias y los mensajes de pánico de los amigos y de la familia, el COVID-19 permaneció como un leve susurro de ansiedad en el fondo de nuestras mentes implacablemente ocupadas. Luego comenzó el diluvio de correos electrónicos, con las políticas del hospital cambiando cada hora. Y finalmente, lo inevitable: Un empleado había dado positivo. Por un momento, nos quedamos detenidos en el tiempo.

[La prueba del Programa de evaluación del conocimiento oftálmico (OKAP) se realiza cada primavera durante la residencia en oftalmología para evaluar el conocimiento oftálmico, tanto de ciencias básicas como clínicas. Es una prueba de 250 preguntas, realizada online, de opción múltiple diseñada para identificar áreas de fortaleza y debilidad para que los residentes puedan reconocer dónde se necesita mejorar. Los OKAP también les dan a los residentes una idea de cuánto saben en comparación con sus pares en el mismo año clínico. Los OKAP pueden ser bastante estresantes, y los residentes a menudo pasan mucho tiempo preparándose para esta prueba.]

En el Massachusetts Eye and Ear, lo que vino después fue una increíble proeza de liderazgo. Al parecer, de la noche a la mañana, nuestro departamento dividió a los residentes en dos equipos. El equipo A trabajaría durante una semana continua mientras que el equipo B se quedaría en casa, poniéndose al día con el sueño, la investigación y el estudio, mientras que al mismo tiempo evitaría la exposición al hospital durante toda una semana. Se prohibieron las interacciones con cualquiera del equipo contrario, limitando la posibilidad de transmitir el COVID-19 entre los equipos y permitiéndonos seguir atendiendo a cinco hospitales mientras los pacientes y los médicos se infectaban inevitablemente. Antes de que la AAO pospusiera oficialmente los OKAP y, lo más importante, antes de su declaración instando a los oftalmólogos de todo el país a cancelar las consultas, nuestra institución avanzó con rapidez y determinación, cancelando consultas, posponiendo cirugías electivas y aumentando el personal en nuestro departamento de emergencias oftalmológicas.

Pronto, las historias de otros países comenzaron a aflorar. Los oftalmólogos convertidos en médicos de la UCI suplicaron al mundo que no cometiera los mismos errores. A nivel mundial, más hospitales comenzaron a saturarse de pacientes, los respiradores comenzaron a ser racionados, y un médico tras otro comenzaron a sucumbir a la enfermedad. Vimos desde lejos como nuestros colegas italianos, iraníes y chinos se convertían en protagonistas de una novela postapocalíptica cuyas páginas se convirtieron en una hemorragia en la vida real. Los participantes comenzaron a preguntarse: ¿Estás listo para ser un residente de la UCI?

Como oftalmólogos, nos enorgullecemos de nuestra capacidad para cruzar fronteras entre dos mundos. Nuestra formación altamente especializada nos permite satisfacer las complejas necesidades médicas y quirúrgicas de nuestros pacientes, pero nuestras raíces siempre serán las de un médico. Hicimos un juramento y daremos un paso adelante cuando se nos pida. Aún así, nunca pensamos que estaríamos rebuscando en nuestros armarios en busca de nuestros estetoscopios jubilados (seamos honestos, nadie está auscultando sus fístulas carotídeo-cavernosas). Pero esta es la nueva rutina, y nos estamos preparando para lo que hace semanas parecía imposible.

Rápidamente, la primera semana se convirtió en la segunda, y todo se paró. Los hospitales, al igual que las calles, estaban vacíos. Todas las cirugías fueron canceladas, y, por primera vez, tanto nuestra sala de emergencias oculares como la de al lado estaban tranquilas. La ansiedad no expresada llenó el aire. Empezaron a circular noticias de que ya estábamos faltos de equipo de protección personal. Se nos pidió que usáramos sólo una máscara por turno, guardando cuidadosamente nuestras máscaras para usarlas en el futuro. Los tests se convirtieron en una mercancía, reservada para los más enfermos. Las medidas pasaron de tener médicos con riesgos conocidos de contagio por COVID-19 que se quedaban en casa y no iban a trabajar, a la triste realidad de que esas medidas acabarían con toda la plantilla. Mi esposo, un médico de urgencias, ha tenido varios casos de exposición desconocidos pero no se ha quedado en casa. En su lugar, usa su única máscara asignada durante sus turnos y controla diariamente los síntomas.

Para los oftalmólogos, todas las clínicas han cerrado oficialmente. Se han realizado cientos de llamadas telefónicas a los pacientes e innumerables gráficos han sido revisados. Corremos a ver primero a nuestros pacientes más enfermos para evitar que salgan de casa otra vez. Aconsejamos a cada paciente que preste atención a las advertencias y se quede en casa. Tratamos de comunicarles la gravedad de los próximos meses y la incertidumbre que rodea la evolución de la situación. Les decimos que saldremos de esto juntos y que llamen ante cualquier duda. Les ofrecemos palabras de consuelo, tanto para nosotros como para ellos.

Tal vez lo más inquietante en esta etapa es la continua disonancia cognitiva de la sociedad, y como resultado, de nuestros pacientes. Los pacientes nos llamaron, cancelando frenéticamente todas las citas que tenían. Otros exigían ser atendidos, dejando de lado «el brote» como una exageración de las noticias. Esta mentalidad se reflejó en los medios de comunicación con titulares como, «Los Millennials no se toman en serio el Coronavirus«.

A pesar de estos titulares, veo a los Millennials tomándose en serio al COVID-19 en todas partes. Veo a mis compañeros residentes revisando incansablemente las fichas para ver qué pacientes corren el riesgo de perder la visión sin un tratamiento urgente y cuáles pueden ser reprogramados. Los veo apoyándose mutuamente en consultas complejas y dirigiendo la sala de emergencias oculares, a pesar de los temores viscerales que compartimos sobre la infección. Veo a mi marido y sus colegas exponiéndose a intubaciones de alto riesgo con equipos de protección personal cada vez más escasos. Veo a mi amiga, una enfermera de la UCI, embarazada pero yendo a trabajar y sacrificando sus propias necesidades por las de los demás. Muchos millennials son también los rostros decididos de las tiendas de comestibles, abasteciendo los estantes para que los colegas más mayores y enfermos puedan quedarse en casa. Somos vuestra fuerza policial, vuestros promotores, vuestros servicios de entrega y vuestros trabajadores de almacén. Nos retratan como rostros en las sombras, cuando, en realidad, muchos de nosotros somos los rostros de la vanguardia, impulsando las líneas del frente de esta batalla.
Como millennials, entramos en la adolescencia tras un ataque terrorista y la guerra más larga de nuestra nación. Entramos en el mercado de trabajo en el punto álgido de una gran recesión. Y ahora, entramos en una nueva etapa de la vida (la paternidad, para algunos) en la víspera de una pandemia. Me asombra la fuerza de mi millennial familia, amigos, colegas y marido. Los millennials han encarado estas adversidades con resistencia, y necesitamos esa resistencia más que nunca antes.

Ahora, entramos en la tercera semana. Boston está misteriosamente tranquilo, ya que llegan informes que superan los 15.000 casos en Nueva York. Escuchamos historia tras historia de médicos, jóvenes y viejos, un becario de cardiología, un asistente de la UCI, muriendo de una infección. Como oftalmólogos, conocemos muy bien al joven oftalmólogo de Wuhan, el Dr. Li Wenliang, que trató de advertir al mundo sobre el virus y posteriormente perdió la vida por ello. Me dirijo ansiosamente al trabajo cada mañana, esperando que los esfuerzos de la sociedad para aplanar la curva funcionen de verdad. Nos mantenemos juntos, si ya no en el espacio físico, entonces con pasión y perseverancia por objetivos de largo plazo, abrazando la quietud mientras esperamos la inminente tormenta.

Autor: Sila Bal, MD, MPH.

Traducción: Asociación Mácula Retina.

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