Las listas de la desesperación.

Esperar hasta desesperar. Esta es la consigna que debe seguir todo aquel que toca la puerta de la consulta de cualquier especialidad de la sanidad pública. A pesar de que estamos en un estado de bienestar, o eso es lo que nos dicen, las largas listas de espera están clamando a gritos que nuestro sistema sanitario es el primer enfermo que hay. Y como el resto de pacientes, está a la espera de que lo atiendan.

Además del exceso en los tiempos de espera, hay otros síntomas que indican una mala salud, como pueden ser la falta de transparencia y el patrimonialismo. Y todo esto nos lleva a un sistema moribundo, que se adolece de una manipulación como la que George Orwell esbozó en su novela distópica 1984. Como si hubiéramos caído entre las páginas del libro de Orwell, existe en la Administración un Gran Hermano (insistimos, hablamos del universo orwelliano, no del cuestionable programa de Telecinco) que vigila por que se cumpla una de esas máximas del partido dominante:

«La ignorancia es la fuerza».

De esta forma, la insistencia de los poderes públicos por mantenernos en la oscuridad no puede más que responder al deseo de evitar conflictos. Porque allí donde la ignorancia es la fuerza (la fuerza de los que están arriba y tiran de los hilos), el conocimiento es poder (poder de los que estamos abajo, de los que sufrimos los tirones de los hilos)… poder de acción, poder de denuncia y poder de rebelión ante la violación de nuestro derecho a la protección de la salud, que recoge el artículo 43 de la Constitución.

Y es que, día tras día, se incumplen los plazos de garantía de las diferentes prestaciones sanitarias a través de un oscurantismo en la información que da pie a la manipulación de los datos y a la existencia de dos listas de espera: la oficial, usada de cara a la galería, y la real, que se guarda en un cajón, a la espera de que los nombres que contiene puedan pasar, en un plazo de tiempo indeterminado, a la oficial. Es como si tuviéramos infiltrados en nuestro sistema sanitario a varios Winston Smith, ese gris protagonista del 1984 de Orwell que se dedicaba a reescribir la historia para adaptarla al discurso del todopoderoso Gran Hermano. Y así, los Winston Smith del aquí y del ahora mandan la lista real a un limbo, una zona muerta, donde la dejarán hasta que la lista bonita, la oficial, la que parece cumplir los plazos, sea capaz de incluir alguno de esos nombres de la otra lista, la lista de la vergüenza, la del limbo, la que demuestra que el sistema no funciona.

Quizá sería mejor pensar que estamos en mundos paralelos. Que, como le pasara al personaje de Bill Connor en la película ochentera En los límites de la realidad, al abrir la puerta, no del bar, como en su caso, sino de cualquier centro hospitalario de nuestra comunidad, entramos en otra dimensión. Y esta nueva dimensión es esa Andalucía distópica, de terror, donde estamos enfermos y nuestro nombre no figura en la lista oficial, sino en una segunda lista que se oculta, y donde el tiempo en el que nos atenderán es una incógnita existencial más de las tantas que hay.

Como decimos, mejor pensar que estamos en mundos paralelos. Porque esta manipulación de las listas supone una especie de prevaricación sanitaria ante la cual los actores sociales, las asociaciones de pacientes y los medios de comunicación no pueden y no deben permanecer impávidos.

Pero no solo debemos alarmarnos por esta manipulación de los datos y la mala gestión y organización del sistema sanitario, sino también por el patrimonialismo reinante. Existe en nuestra sanidad una mala praxis por la que se trata con preferencia a algunas personas, como pueden ser los propios trabajadores sanitarios, sus familiares y amigos, además de otras personas con influencia que se saltan a la torera las esperas y ralentizan los procesos. Esto provoca una inequidad en el acceso a los servicios de salud y la marginación de ciertos sectores de la sociedad, lo que favorece, a su vez, el aumento de las pólizas de seguro privado y la competencia desleal de la medicina privada.

Con el fin de paliar esta problemática, se han propuesto medidas como las peonadas o las derivaciones de los pacientes a otros centros hospitalarios. Sin embargo, estas soluciones son solo remiendos que, con el tiempo, van agravando un problema que llegó a finales del año pasado hasta el Congreso. La ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Dolors Montserrat, anunció que promovería un plan para reducir las esperas y, en lo que llevamos de año, Aquilino Alonso, ex-consejero andaluz de Salud, ha asegurado que hay una comisión de profesionales que trabaja para mejorar la gestión y eficiencia del sistema sanitario. Palabras, sin duda, para regalarnos los oídos, pero que, insistimos, no se aplican a nuestra realidad donde, por ejemplo, los pacientes que deben seguir los tratamientos de inyecciones intravítreas se enfrentan a unos meses de verano de quirófanos cerrados, hospitales sin salas limpias y reducciones de las plantillas.

Por suerte, la sociedad civil está concienciándose de que debe luchar por conquistar la transparencia en el sistema sanitario. Así, los poderes públicos están sometidos, cada vez más, a un control más eficaz por parte de unos actores sociales más escépticos, menos ingenuos, mejor informados y más motivados.

La sociedad en general y los pacientes en particular disponen, además, de un creciente número de recursos para depurar responsabilidades gubernativas y entre ellos, de forma destacada, el poder judicial supone un instrumento de creciente eficacia a la hora de velar por la corrección jurídica de todas las actuaciones administrativas y evitar esas arbitrariedades y oscurantismos paralegales que suponen una merma para una sanidad pública que debe ser eficaz, justa e igualitaria.

Porque somos muchos los que sabemos que nuestra sanidad ha entrado en un coma profundo y podemos oír ya el pitido largo de la máquina de las constantes vitales. En una situación tan grave, la ciudadanía no debe esperar hasta la desesperación, sino que debe exigir soluciones efectivas que acaben con la corrupción del sistema y que se deje de jugar, no solo con nuestros derechos, sino también con nuestra propia salud.

Esperemos, de todos modos, que esta no sea una situación con la que nos levantemos cada mañana, al igual que hiciera Bill Murray en Atrapado en el tiempo con la canción de su radiodespertador I Got You, Babe. A ver si se rompe el maldito bucle y volvemos a una Andalucía donde haya solo una lista de espera que, además, sea verdadera, sin trampa ni cartón.